El cine alemán casi no existía antes de la Primera Guerra Mundial y luego, la desolación, política e ideológica, se adueñó de Europa. Los alemanes optaron por realizar historias para enaltecer a su patria y sacar a relucir los “trapos sucios” de los países vencedores. Aunque los guiones eran tendenciosos, no arruinaron la calidad de las películas. Ernest Lubitsch logró presentar situaciones históricas francesas y norteamericanas como operetas cómicas, totalmente eficaces con el público.
Como reacción a este cine comercial, surge en la misma Alemania una corriente artística sin comparación: el expresionismo. Esta escuela presentó tres temas básicos: la leyenda mística con sus consecuencias filosóficas, el individuo supeditado servilmente a su clase y el aspecto sexual con su sadismo y sus aberraciones mentales.
Heredero de la estética de las artes plásticas de vanguardia, caracterizado por una temática inquietante como mundos y criaturas de pesadilla, monstruos, fantasmas… y la omnipresencia de las sombras que bañan decorados irreales, el expresionismo surgió en 1919 con la película “El gabinete del doctor Caligari” (Das Cabinet des Dr. Caligari), de Robert Wiene. La historia, narrada por un loco, cuenta como el siniestro Caligari tiene bajo control hipnótico al sonámbulo César a quien muestra en una feria como atracción bizarra y emplea como arma para cometer diversos crímenes.
La fascinación de las imágenes de El Gabinete… proviene de un complejo entramado visual, con perspectivas imposibles, escaleras en zigzag, callejones tortuosos, interiores con grandes contrastes lumínicos y con sombras pintadas en la pared. Su influencia fue más allá del género fantástico o de terror, afectando en el cine futuro a nivel mundial.
El expresionismo trata de reflejar a las almas torturadas. En la versión de Drácula de Fiedrich W. Murnau, “Nosferatu” (1922), el monstruo se revela primero mediante su sombra proyectada en la pared y luego sobre el pecho de la protagonista con un gesto que parece arrancarle el corazón. La actuación de Max Schreck y la ambientación fueron los principales factores de su éxito.
Fritz Lang también contribuyó a esta corriente expresionista. “M, el vampiro de Dusseldorf” o “El vampiro negro” (“M”, 1931) y “El testamento del doctor Mubase” (“Das Testament des Dr. Mabuse”, 1933) pertenecen a una etapa posterior, más cercana a la realidad, con monstruos menos fantásticos pero igualmente inquietantes, como asesinos psicópatas o genios enloquecidos con ansias de dominar al mundo.
Otro de los filmes clave de la época es “Metropolis” (1927), también de Lang, una oscura parábola futurista en donde los humanos se convierten en robots dominados por máquinas. Con decorados colosales y barrocos, imágenes de multitudes estilizadas geométricamente hacen de esta película una de las producciones más perdurables de esta época.
Para 1928 el creciente poder de Hitler y la pujanza de Norteamérica eran razones suficientes para el éxodo que comenzaron estos realizadores, dejando a Alemania sin referentes de su creación cinematográfica.
La revolución soviética
El cine ruso tuvo dos etapas: la zarista (1896-1917) donde el país es invadido con producciones extranjeras y el país sólo produce films inspirados en su literatura o historia, como “Boris Godunov” o “El fin de Ivan el terrible” de Goncharov; y la segunda etapa comienza con Lenin luego de la revolución.
Considerado el padre del cine soviético, la consigna de Lenin era la de utilizar al cine como arma de propaganda, por lo que los directores tuvieron que exprimir la capacidad expresiva del cine para dirigirse a un pueblo mayormente analfabeto, orientándose al montaje como instrumento de expresión. La consigna del régimen era la exaltación del trabajo y del obrero.
Quien consiguió hacer trascender al cine soviético fue Serguei Mijailovich Eisenstein con su obra maestra, “El acorazado Potemkin” ("Bronenosets Potyomkin" , 1925). Basada en un hecho histórico, el argumento es sencillo: la tripulación del acorazado Potemkin, descontenta por la comida en mal estado, se amotina el 14 de junio de 1905 y enarbola la bandera roja. El pueblo de Odessa, donde el barco está atracado, se suma al amotinamiento y es reprimido ferozmente por el ejército zarista. El Potemkin, desobedeciendo órdenes superiores, abandona el puerto ante la pasividad del resto de la flota, que no abre fuego contra él.
La gran novedad del film fue que prescindía de estudios, maquillajes, escenografías y casi de actores, al convertir a las masas en el único héroe de la película. Eisenstein empleó dos colectivos, el acorazado y la ciudad, y de su interacción surge el drama. El director buscaba principalmente crear un efecto ideológico en el público para solidarizarlo con la revolución.
Cine puro en su más alta expresión, casi un poema visual, cuenta con una de las más célebres escenas de la historia del cine: los soldados atacan violentamente a los habitantes de Odessa, que han acudido al puerto para saludar a los rebeldes, en unas escaleras. La secuencia es una sobrecogedora coreografía de imágenes de casi ocho minutos de duración, donde el tiempo se dilata con cada detalle de la matanza. Uno de los momentos más impactantes es la interminable caída de un cochecito de bebé tras haber sido asesinada su madre de un disparo.
Es fundamental su aportación teórica, como su hipótesis sobre el «montaje de atracciones», según el cual sumando dos imágenes distintas se obtiene un significado nuevo y creó un poderoso lenguaje que llega al espectador.
A pesar de haberse inspirado para sus teorías en la película Intolerancia de Griffith, Eisenstein derivará sus teorías sobre el montaje del estudio de los ideogramas japoneses, en los que dos nociones yuxtapuestas conforman una tercera, como por ejemplo: ojo + agua = llanto; puerta + oreja = escuchar; boca + perro = ladrar. Creará así el montaje de atracciones, pues consideraba este acoplamiento de imágenes como el método más importante en la construcción de una película, muy por sobre la puesta en escena o el ángulo de la cámara. Para él, los sucesos representados en cada plano no son efectivos aisladamente y sólo adquieren el efecto buscado cuando están unidos, asociados entre sí. Esta sorpresiva conexión tenía como objetivo despertar al espectador de su posición pasiva, provocar en él una determinada reflexión y así establecer la ansiada conciencia social en el espectador.
Desde un punto de vista contemporáneo, todo esto suena demasiado básico. Pero hace noventa años significó una verdadera revolución, un salto teórico y práctico gigantesco. Hasta entonces, el montaje sólo era considerado en función del argumento. A partir de esta teoría se comenzó a incluir al montaje como parte esencial del lenguaje cinematográfico y herramienta dialéctica en la construcción de una película.
Las teorías de Eisenstein parten de la observación directa y fría de la realidad: el actor será dirigido como un elemento más, casi un objeto, dentro del complejo engranaje que es una película. Lejos del psicologismo empleado por Stanislavski y del sentimentalismo de Pudovkin, se convirtió en el maestro de los rostros, las anatomías, las máquinas.
Sus siguientes películas mudas, “Octubre” (“Oktyabr”, 1928) y “Lo viejo y lo nuevo” (“Staroye i novoye”, 1929) (también conocida como La línea general), no alcanzaron ni la fama ni la calidad de “El acorazado…”. La primera fue mutilada por la censura, quien, entre otras cosas, eliminó toda escena en la que apareciera Trostki –aunque algunos consideran que él mismo quitó las imágenes– y la segunda, buscando ser un canto a la revolución pacífica del campo tomó un tono demasiado didáctico, lo que malogró el proyecto.
Otra gran figura del cine soviético fue Vsevolod Pudovkin. Poeta de la imagen, rival estético de Einsenstein, también siguió la tradición del montaje como principal recurso, pero puso especial cuidado en la construcción de los guiones. Sólidos y elaborados, son conocidos como “guiones de hierro”, en donde nada queda librado al azar y se los sigue rigurosamente, llegando a dibujar cada plano antes de filmar.
Poeta de la analogía, se inclinó por los héroes individuales y utilizó el análisis psicológico de sus personajes. Sus temas giran en torno a la toma de conciencia política de los protagonistas. En “La madre” (“Mat”, 1926), adaptación de la novela de Máximo Gorki, narra la conversión de los ideales de una madre que atraída por las nuevas ideas de su hijo muere en una protesta antizarista. Este film forma parte de una trilogía ideológica junto a “El fin de San Petersburgo” (“Konets Sankt-Peterburga”, 1927) y “Tempestad sobre Asia” (“Potomok Chingis-Khana”, 1928).
Dziga Vertov es uno de los fundadores de un núcleo documentalista llamado “Kino-Glaz” (Cine-Ojo) que abogaba por la supresión de actores, escenarios y otros artificios. Lo único permitido era el montaje y el comentario sobre lo que se veía. Había que ir al objeto o a la persona rigurosamente. Las principales obras son “Historia de un trozo de pan” y “El hombre de la cámara” (“Chelovek s kino-apparatom” ,1929), claros antecedentes del cinema verité de los años ’60.
El hecho que Vertov filmase desde ángulos rebuscados, no parecidos a la visión común del espectador sobre la vida diaria, demuestra su alto nivel de conciencia respecto al medio como técnica y no como generador de ilusiones y ficciones. El espectador puede emocionarse al percibir cada cuadro, pero debe estar conciente de que es una representación de la realidad capturada por una cámara. De hecho, El hombre de la cámara, es una muestra suficiente de su gusto por la materia detrás de la ilusión cinematográfica.
León Kuleshov planteó una teoría en donde se suprimía a la figura individualista del actor. El verdadero actor era la masa, el pueblo. Esto, claro, fue recibido favorablemente por el gobierno.
En 1920 nace el llamado Laboratorio, una sección especial dentro del Instituto Cinematográfico, donde Kuleshov trabajó con un grupo restringido de estudiantes. Hasta 1924, el Laboratorio trabajó casi exclusivamente en nuevos experimentos sobre el montaje, en la realización de los llamados films sin película y en la puesta a punto de nuevos métodos de trabajo del actor.
Kuleshov dio trascendencia única al montaje y lo demostró con una experiencia hoy célebre, conocida como “el efecto Kuleshov”. Colocó el rostro del famoso actor de cine ruso del momento, Iván Mosjovkin, ante tres imágenes distintas (un plato de sopa, una niña y una muerta). A los alumnos con los que probó les preguntó qué sensación les transmitía el rostro del personaje (hambre, amor y angustia respectivamente, a pesar de que la imagen del rostro era siempre la misma, exactamente la misma). Como primera conclusión se deduce que lo importante no es tanto el contenido de esos planos, sino la manera de combinar éstos. La segunda conclusión es que es posible, que gracias a la combinación de dos planos para los que no se da un plano de situación que el espectador crea que esos dos planos han sido rodados en un mismo espacio. De ahí saca Kuleschov su idea de la magia del cine y de la capacidad del público de ser engañado.
“El efecto Kuleschov puede definirse como cualquier serie de planos que en ausencia de un plano de situación lleve al espectador a deducir todo el espacio a partir de la visión solamente de porciones de ese espacio”. Como conclusión a todo ello, Kuleschov es el primero en teorizar este aspecto de la narración cinematográfica dentro de una película. Cada plano hay que entenderlo como un signo, como una letra. Y debe dárseles una coherencia para que unidos, formen palabras, frases y párrafos.
Este cine soviético de vanguardia aunque de incuestionable calidad, no tuvo gran suceso comercial, principalmente debido a que los intelectuales del país habían huido o sido fusilados.
Para 1921 no había una sala funcionando en Moscú. A fines de ese año se abrió una con gran éxito, estimulando a la industria, además de importar filmes extranjeros y provocando que para 1923 hubieran abierto 89 salas más. Había libertad y estímulo para producir películas, siempre y cuando reflejaran la ideología oficial. A partir de 1924, bajo el gobierno de Stalin, los controles se volverán más rígidos y muchas películas terminaran cortadas, re-montadas o directamente prohibidas.
Lic. Diana Lombardo
E-mail: dlombardo74@gmail.com
viernes, 25 de noviembre de 2011
jueves, 24 de noviembre de 2011
La lista de Schindler
(Schindler’s list)
En 1982, el escritor australiano Thomas Kenneally publicó su novela “El arca de Schindler”, biografía de un industrial alemán que salvó la vida de miles de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Conocido vividor y mujeriego, Schindler burló a los altos mandos de la SS reclutando a centenares de judíos para sus fábricas en Cracovia. De este modo, además de mantener sus fábricas funcionando a pleno logró mantener con vida y unidas a numerosas familias.
La liberación de Alemania por parte de los aliados que le acusaron de colaborador de los nazis, le forzó a exiliarse en Argentina donde vivió con su mujer hasta 1957, año en que decidió abandonarla y regresar a Alemania. Falleció en 1974, siendo enterrado en Jerusalén.
El mismo año de la publicación de la novela, la Universal adquirió los derechos de la novela, pero la extensión de la obra y la crudeza en la descripción de los detalles acobardaron a los directivos que pospusieron su conversión a largometraje. Siete años después, Spielberg acuerda convertirse en productor del film, dejando la dirección a Martin Scorsese quien convoca como guionista a Steve Zaillian. Por aquel entonces, Spielberg preparaba la adaptación de Cabo de miedo (Cape’s Fear, 1990) y de repente se intercambiaron los roles, dejando a Scorsese a cargo de la dirección de Cabo de miedo y a Spielberg con “La lista…”.
Acabado el rodaje de “Jurassic Park”, Spielberg da a conocer el reparto: Liam Neeson, Ben Kingsley, Ralph Fiennes y Caroline Goodall. Con excepción de Kingsley, recordador por su papel en “Ghandi”, el resto era prácticamente desconocido.
Con un presupuesto de 22 millones de dólares, La lista de Schindler iniciaba el rodaje en Polonia con la presencia de 210 técnicos, 126 actores secundarios y 30.000 extras (algunos de los cuales fueron sobrevivientes de la barbarie nazi), que trabajaron en 148 decorados construidos expresamente para la película, entre los que se destaca la réplica exacta del campo de concentración de Auschwitz, en el que no pudieron filmar debido a un veto impuesto por el Congreso Mundial Judío, que lo considera tierra sagrada.
Al tiempo que comenzaba a filmar la película, Spielberg supervisaba desde Cracovia, la postproducción de “Jurassic Park”, encomendada a George Lucas. Su gente seguía montando la película y el supervisaba los trabajos a través de envíos diarios que le hacían vía satélite (internet no era una opción por esos años).
Oskar Schindler, un empresario alemán, vividor y especialista en relaciones públicas, vivió en la Polonia ocupada por los nazis durante la segunda Guerra mundial. Cuando se inició la persecución contra los judíos, con la creación de los guetos y la deportación a los campos de exterminio, Schindler montó una fábrica de material de cocina destinado a las tropas alemanas, con mano de obra esclava de los judíos. Trabajar para Schindler se convirtió en una especie de salvoconducto para librarse del holocausto. Poco a poco, los horrores que presenció le hicieron tomar conciencia de la situación y defender a sus trabajadores hasta las últimas consecuencias.
Spielberg se basa en una historia real – el verdadero Oskar Schindler está enterrado en la colina de Sión, en Israel, con todos los honores- para realizar una película definitiva sobre el holocausto. Para ello se valió de un personaje ambiguo, un empresario ambicioso que se aprovecha de la situación, pero cuyo ventajismo provoca un bien.
Esta película ha sido una vieja aspiración del director, quien durante años recogió testimonios de sobrevivientes para documentar la historia. Con “La lista de Schindler” Spielberg realizó uno de los proyectos más personales y consiguió, por fin, el reconocimiento de la Academia de Artes de Hollywood, que premió su película con siete Oscars, incluido el de mejor director.
Spielberg se apartó de la comercialidad, para lo cual rodó en blanco y negro y describió la persecución contra los judíos con un realismo atroz en determinados momentos, casi en un tono documental (con el uso de cámara en mano, además) fotografiado bajo la magistral mano de Janusz Kaminski. El uso del color es empleado en contadas situaciones, en especial para identificar a una niña del grupo de judíos que llega a un campo de concentración y hacer de ella el símbolo que resume lo que le sucedió a millones de personas.
La banda sonora también aporta su cuota de dramatismo, con las melancólicas melodías creadas por John Williams y los solos maravillosos del desgarrador violín de Itzhak Perlman. No hay banda sonora más triste y conmovedora que ésta.
La personalidad de Schindler recibe el tratamiento muy ambiguo. Su evolución, desde unos momentos en los que se aprovecha de las facilidades de la contratación de la mano de obra hebrea para su beneficio personal, hasta la toma de conciencia y su defensa de los obreros de la fábrica para conseguir evitarles la barbarie nazi, no queda clara. El film parece inclinarse por su incontenible horror ante los asesinatos caprichosos de Goeth y por las consecuencias de su amistad con el capataz y contador Itzhak Stern, interpretado por Ben Kingsley.
Sea como fuere, la historia nos cuenta que Schindler embarcó para Argentina en 1949 y regresó diez años más tarde a Alemania.
El film se apoya en un guión bien construido de Steve Zaillian (En busca de Bobby Fisher) adaptación de una obra de Thomas Keneally. Spielberg despliega su capacidad y extrae la máxima intensidad del terror y el patetismo existencial que transmite la obra de Keneally –los judíos polacos podían ser asesinados en el momento que se le antojara al director del campo de trabajo (Ralph Fiennes). Se complementa y a la vez se contrapesa por su capacidad para explotar el glamour del poder absoluto y la gran vida de los círculos nazis.
Es significativo que cada registro emocional vaya acompañado, generalmente, de un estilo cinematográfico diferente: la eficaz encarnación que Liam Neeson hace de Schindler funciona como hilo que nos conduce a los nazis, y la sutil actuación de Ben Kingsley, que hace de contador judío, su mano derecha y su conciencia silenciosa, nos acerca a los judíos polacos. Spielberg hace un trabajo extraordinario que mantiene nuestro interés durante 185 minutos y nos muestra más de las dificultades del Holocausto de lo que suelen hacer las cintas de ficción.
En la secuencia en la que los oficiales nazis hacen correr a los prisioneros desnudos hasta la extenuación, para discernir cuáles eran los saludables que permanecerían en el campo de Appelplatz y cuáles irían a Auschwitz, Spielberg se apoyó en consejos de algunos de los sobrevivientes que contaron cómo se coloreaban las mejillas con su propia sangre para parecer más saludables.
Lo que por desgracia falta son muchos de los elementos más fascinantes de la historia de la vida real que no encajan en el panorama piadoso y patriarcal de Spielberg y, por lo tanto, se distorsiona el relato: como por ejemplo, el papel predominante de Emilie, la esposa de Schindler, que salva las vidas de los judíos después de que él vuelva a vivir con ella, mientras monta una fábrica de municiones falsa en Moravia, o el hecho de que continuara engañándola con otras mujeres. Uno también se pregunta cómo se las habría arreglado Spielberg con los sobornos que fueron necesarios para que muchos de los judíos polacos entraran a formar parte de la lista de Schindler y, así, sobrevivieran. No obstante, si hubiera utilizado este tipo de material, es probable que la película hubiera perdido parte de su claridad moral, aun cuando ganara en complejidad.
FICHA TÉCNICA
Título: La lista de Schindler
Título original: Schindler’s List
Año: 1993
Dirección: Steven Spielberg
Guión: Steve Zaillian, basado en el libro de Thomas Keneally
Fotografía: Janusz Kaminski
Música: John Williams
Edición: Michael Kahn
Intérpretes principales:
Liam Neeson ... Oskar Schindler
Ben Kingsley ... Itzhak Stern
Ralph Fiennes ... Amon Goeth
Caroline Goodall ... Emilie Schindler
Jonathan Sagall ... Poldek Pfefferberg
Embeth Davidtz ... Helen Hirsch
Muestras de la banda sonora:
Clip de “La lista de Schindler”:
Solo de violín de Itzhak Perlman:
Lic. Diana Lombardo
E-mail: dlombardo74@gmail.com
En 1982, el escritor australiano Thomas Kenneally publicó su novela “El arca de Schindler”, biografía de un industrial alemán que salvó la vida de miles de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Conocido vividor y mujeriego, Schindler burló a los altos mandos de la SS reclutando a centenares de judíos para sus fábricas en Cracovia. De este modo, además de mantener sus fábricas funcionando a pleno logró mantener con vida y unidas a numerosas familias.
La liberación de Alemania por parte de los aliados que le acusaron de colaborador de los nazis, le forzó a exiliarse en Argentina donde vivió con su mujer hasta 1957, año en que decidió abandonarla y regresar a Alemania. Falleció en 1974, siendo enterrado en Jerusalén.
El mismo año de la publicación de la novela, la Universal adquirió los derechos de la novela, pero la extensión de la obra y la crudeza en la descripción de los detalles acobardaron a los directivos que pospusieron su conversión a largometraje. Siete años después, Spielberg acuerda convertirse en productor del film, dejando la dirección a Martin Scorsese quien convoca como guionista a Steve Zaillian. Por aquel entonces, Spielberg preparaba la adaptación de Cabo de miedo (Cape’s Fear, 1990) y de repente se intercambiaron los roles, dejando a Scorsese a cargo de la dirección de Cabo de miedo y a Spielberg con “La lista…”.
Acabado el rodaje de “Jurassic Park”, Spielberg da a conocer el reparto: Liam Neeson, Ben Kingsley, Ralph Fiennes y Caroline Goodall. Con excepción de Kingsley, recordador por su papel en “Ghandi”, el resto era prácticamente desconocido.
Liam Neeson |
Ben Kingsley |
Ralph Fiennes |
Caroline Goodall |
Con un presupuesto de 22 millones de dólares, La lista de Schindler iniciaba el rodaje en Polonia con la presencia de 210 técnicos, 126 actores secundarios y 30.000 extras (algunos de los cuales fueron sobrevivientes de la barbarie nazi), que trabajaron en 148 decorados construidos expresamente para la película, entre los que se destaca la réplica exacta del campo de concentración de Auschwitz, en el que no pudieron filmar debido a un veto impuesto por el Congreso Mundial Judío, que lo considera tierra sagrada.
Al tiempo que comenzaba a filmar la película, Spielberg supervisaba desde Cracovia, la postproducción de “Jurassic Park”, encomendada a George Lucas. Su gente seguía montando la película y el supervisaba los trabajos a través de envíos diarios que le hacían vía satélite (internet no era una opción por esos años).
Oskar Schindler, un empresario alemán, vividor y especialista en relaciones públicas, vivió en la Polonia ocupada por los nazis durante la segunda Guerra mundial. Cuando se inició la persecución contra los judíos, con la creación de los guetos y la deportación a los campos de exterminio, Schindler montó una fábrica de material de cocina destinado a las tropas alemanas, con mano de obra esclava de los judíos. Trabajar para Schindler se convirtió en una especie de salvoconducto para librarse del holocausto. Poco a poco, los horrores que presenció le hicieron tomar conciencia de la situación y defender a sus trabajadores hasta las últimas consecuencias.
Spielberg se basa en una historia real – el verdadero Oskar Schindler está enterrado en la colina de Sión, en Israel, con todos los honores- para realizar una película definitiva sobre el holocausto. Para ello se valió de un personaje ambiguo, un empresario ambicioso que se aprovecha de la situación, pero cuyo ventajismo provoca un bien.
Esta película ha sido una vieja aspiración del director, quien durante años recogió testimonios de sobrevivientes para documentar la historia. Con “La lista de Schindler” Spielberg realizó uno de los proyectos más personales y consiguió, por fin, el reconocimiento de la Academia de Artes de Hollywood, que premió su película con siete Oscars, incluido el de mejor director.
Spielberg se apartó de la comercialidad, para lo cual rodó en blanco y negro y describió la persecución contra los judíos con un realismo atroz en determinados momentos, casi en un tono documental (con el uso de cámara en mano, además) fotografiado bajo la magistral mano de Janusz Kaminski. El uso del color es empleado en contadas situaciones, en especial para identificar a una niña del grupo de judíos que llega a un campo de concentración y hacer de ella el símbolo que resume lo que le sucedió a millones de personas.
La banda sonora también aporta su cuota de dramatismo, con las melancólicas melodías creadas por John Williams y los solos maravillosos del desgarrador violín de Itzhak Perlman. No hay banda sonora más triste y conmovedora que ésta.
La personalidad de Schindler recibe el tratamiento muy ambiguo. Su evolución, desde unos momentos en los que se aprovecha de las facilidades de la contratación de la mano de obra hebrea para su beneficio personal, hasta la toma de conciencia y su defensa de los obreros de la fábrica para conseguir evitarles la barbarie nazi, no queda clara. El film parece inclinarse por su incontenible horror ante los asesinatos caprichosos de Goeth y por las consecuencias de su amistad con el capataz y contador Itzhak Stern, interpretado por Ben Kingsley.
Sea como fuere, la historia nos cuenta que Schindler embarcó para Argentina en 1949 y regresó diez años más tarde a Alemania.
El film se apoya en un guión bien construido de Steve Zaillian (En busca de Bobby Fisher) adaptación de una obra de Thomas Keneally. Spielberg despliega su capacidad y extrae la máxima intensidad del terror y el patetismo existencial que transmite la obra de Keneally –los judíos polacos podían ser asesinados en el momento que se le antojara al director del campo de trabajo (Ralph Fiennes). Se complementa y a la vez se contrapesa por su capacidad para explotar el glamour del poder absoluto y la gran vida de los círculos nazis.
Es significativo que cada registro emocional vaya acompañado, generalmente, de un estilo cinematográfico diferente: la eficaz encarnación que Liam Neeson hace de Schindler funciona como hilo que nos conduce a los nazis, y la sutil actuación de Ben Kingsley, que hace de contador judío, su mano derecha y su conciencia silenciosa, nos acerca a los judíos polacos. Spielberg hace un trabajo extraordinario que mantiene nuestro interés durante 185 minutos y nos muestra más de las dificultades del Holocausto de lo que suelen hacer las cintas de ficción.
En la secuencia en la que los oficiales nazis hacen correr a los prisioneros desnudos hasta la extenuación, para discernir cuáles eran los saludables que permanecerían en el campo de Appelplatz y cuáles irían a Auschwitz, Spielberg se apoyó en consejos de algunos de los sobrevivientes que contaron cómo se coloreaban las mejillas con su propia sangre para parecer más saludables.
Lo que por desgracia falta son muchos de los elementos más fascinantes de la historia de la vida real que no encajan en el panorama piadoso y patriarcal de Spielberg y, por lo tanto, se distorsiona el relato: como por ejemplo, el papel predominante de Emilie, la esposa de Schindler, que salva las vidas de los judíos después de que él vuelva a vivir con ella, mientras monta una fábrica de municiones falsa en Moravia, o el hecho de que continuara engañándola con otras mujeres. Uno también se pregunta cómo se las habría arreglado Spielberg con los sobornos que fueron necesarios para que muchos de los judíos polacos entraran a formar parte de la lista de Schindler y, así, sobrevivieran. No obstante, si hubiera utilizado este tipo de material, es probable que la película hubiera perdido parte de su claridad moral, aun cuando ganara en complejidad.
FICHA TÉCNICA
Título: La lista de Schindler
Título original: Schindler’s List
Año: 1993
Dirección: Steven Spielberg
Guión: Steve Zaillian, basado en el libro de Thomas Keneally
Fotografía: Janusz Kaminski
Música: John Williams
Edición: Michael Kahn
Intérpretes principales:
Liam Neeson ... Oskar Schindler
Ben Kingsley ... Itzhak Stern
Ralph Fiennes ... Amon Goeth
Caroline Goodall ... Emilie Schindler
Jonathan Sagall ... Poldek Pfefferberg
Embeth Davidtz ... Helen Hirsch
Muestras de la banda sonora:
Clip de “La lista de Schindler”:
Solo de violín de Itzhak Perlman:
Lic. Diana Lombardo
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